Los casinos, origen de los centros de negocios

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Ha sido la provincia de Huelva donde los casinos han tenido por objeto un estudio sociológico (M. Mojarro, 2013) que pone el foco sobre todo en su patrimonio material, con algunas pinceladas en la tradición costumbrista propia de los libros de viaje. Se hizo en él el inventario de los pianos, de las mesas de billar, de la abigarrada azulejería, incluso, ay, de sus paupérrimas bibliotecas. En su visita a 41 entidades de la Costa y el Condado, hasta por el Andévalo a la Sierra, no se eludió el pulso al calor humano, ese patrimonio inmaterial que solo con talento literario se transmite adecuadamente. Pero la historia de los círculos o clubes sociales está por hacer, y no por falta de documentación, sino porque aún no ha llegado su historiador.

Los casinos asumieron para la burguesía decimonónica una parte de la función que en sociedades del pasado detentaban castillos y monasterios. Tras la revolución liberal, en la rural Andalucía hay que esperar a mediados de la centuria decimonónica para ver constituirse (Círculo de Labradores de Se­villa, 1859) entidades recreativas que emulaban los modelos de París y Lon­dres, siguiendo sin duda lo visto en Madrid. Tomemos el caso de Aracena. No es sino en 1893 cuando se constituye en ella la Sociedad de Recreo Casino Arias Montano, que se instala, en régimen de alquiler, en el nº 11 (actual 18) de la calle Barberos, perteneciente a la familia Librero, con sus salones de ambiente romántico y su fachada neoplateresca. Allí asistieron sus socios a la convulsa vida política y a la crisis de fin de siglo que conoció la España de la Restauración. Pero en 1908, aprovechando la ruina que amenazaba el edifico del Hospital de la Misericordia (existente al menos desde el siglo XVII), acu­dieron a su subasta por el ayuntamiento y (bajo la presidencia de Pablo Cañi­zares Pérez y vicepresidencia de Francisco Labrador Calonge) concluyeron tres años más tarde la adquisición de su mitad meridional en precio de 15.925 pesetas. Para entonces ya estaban concluidas las obras de la que había de ser su sede (el coste fue de 63.928 pesetas), según el diseño, más o menos personal pero claramente modernista, del arquitecto Aníbal González, a quien Javier Sánchez-Dalp lo habría encargado.

Con el nuevo siglo se habían constiuido en Aracena otras sociedades o casinos: el de Artesanos, el Centro de Obreros y La Unión, todas en torno a la Plaza del Pilar. De estas la segunda sería la màs duradera. Se trataba en realidad de una iniciativa de comerciantes o personas de clase media (en su primitiva nómina figuran José Corral, Eduardo Durán, Joaquín Méndez…), alentada por el espíritu de la Rerum novarum pontificia, ya que el movimiento obrero más próximo se hallaba en Riotinto. Instalada en las casas que Anto­nio Palacios les alquiló en 1912, en los salones con doble fachada modernista mantendrían una vida social propia – juegos de mesa, bar, caseta de feria, que aún en los años sesenta amenizaba la orquesta Molero – hasta su desapari­ción en 1980.

Fue, pues, Arias Montano la sociedad llamada a más larga vida. El dipu­tado del partido conservador, marqués de Aracena desde 1916, encarna a la perfección el sistema del caciquismo político y lo ejerce de modo benéfico para con su pueblo promoviendo la serie de obras públicas que llevan todas el sello del estilo regionalista. Desde su cuartel general en el casino preside de hecho a la burguesía agraria local, que allí realiza sus operaciones mercantiles, ma­yormente la compraventa de piaras de cochinos para su engorde en montane­ra. En el salón oval la juventud disfruta de unos bailes de los que se hacía eco la prensa provincial. El liderazgo social del marqués tuvo su reconocimiento el 16 de agosto de 1924 al cerrarse la suscripción pública para costear las insignias de Gentil Hombre, que le iban a ser “ofrecidas como homenaje”: 383 aportaciones, entre 5 pesetas y 25 céntimos, procedentes del vecindario más o menos acomodado pero también de distinguidos veraneantes sevillanos (los hermanos Montoto, Delgado Brackenbury, Rafael Montesinos, Alberto Fonto, Nogales Durán…). La iniciativa hacía eco a otra de 1916 auspiciada desde el ayuntamiento, pero en todo caso al homenaje no contribuyeron (fal­tan en la lista) individuos que posteriormente integrarán o seguirán a las filas republicanas: Luis Morón Moreno, Rafael Pérez Tello y Fidel Rubio Parrillo.

No sorprende que el modelo de sociedad recreativa, aunque dotada de una funcionalidad política evidente, fuese imitado en otras localidades de la Sierra: Círculo Mercantil de Cumbres Mayores, ya en 1910; Gran Casino de Cortegana, en 1920, que venía a reproducir la dualidad social de los casi­nos ya existente en Aracena.

Durante el largo período del franquismo la actividad del casino Arias Montano se mantuvo estanca. Entre el público sentado en su terraza (ani­mada los días de fiesta por la banda de música) brillan los dos médicos y el boticario (¿olvidaremos la figura inclasificable del veterinario Don Ramiro González de Canales?), también puede verse allí alguna sotana, pero nunca a nadie de la clase trabajadora. Los bailes se limitan a la caseta de feria y en el más recóndito de los salones se distribuye el naipe. Mas en los años setenta la decadencia de la burguesía y de la misma sociedad agraria, muy intensa por entonces, sumió al casino en una cierta somnolencia, que no llevó a su desaparición durante la Transición y la Democracia debido a dos factores: la centralidad urbana y territorial del establecimiento, y la caída de todas las ba­rreras sociales. Más y más personas de todo origen profesional, próximas en esa situación niveladora que es la jubilación laboral y entre las que hoy destaca la nueva burguesía industrial, van integrando su cuerpo social. Pero con la prensa digitalizada, el acceso de la población estudiantil a las bibliotecas públi­cas y el imperio lúdico del dominó, la actual razón de ser de éste y los demás establecimientos similares de la Sierra (que se mantendrá siempre vigente por el despliegue vital de la tercera edad) se sostiene y financia ante todo por la hostelería, que en el casino de Aracena goza de un gran valor añadido: la hospitalidad de sus socios y socias.

En los pueblos del sur de la provincia de Badajoz la más aguda dife­renciación social no fue favorable en el siglo XIX a la institución de casinos, y tampoco lo ha ayudado la despoblación en el XX. Una excepción es Llerena, donde ya antes de la República un grupo de vecinos ilustrados constituyó una biblioteca en la casa palacio de los antiguos maestres de Santiago, alrededor de cuyo patio mudéjar se ha mantenido hasta la actualidad una vida social que bien valdría también consolidar por la hostelería. A falta de otras iniciativas particulares, las entidades políticas locales, respaldadas por la Diputación, mantienen en localidades como Fregenal o Segura de León un Hogar del Pensionista, que con toda seguridad habrán de tener su réplica en los años venideros.

Javier Pérez-Embid

Historiador

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