Enrique es un joven que lleva toda su vida dedicado a la alfarería. Desde que tenía unos ocho años ya iba de taller en taller por Sevilla para aprender el oficio. Cuando llegó el momento de estudiar o trabajar, lo tenía claro, se fue a una de las mejores escuelas de alfarería, la Escuela de Artesanos de Gelves (Sevilla), donde ya comenzó a dedicarse profesionalmente. Después de haber trabajado en algunos talleres de la mismísima calle Alfarería de Triana (Sevilla), cuna de alfareros, decidió instalarse en Fuenteheridos hace algo más de cinco años, para dedicarse por completo a este arte. “Antiguamente había un alfarero en cada pueblo, para hacer todos los cacharros necesarios en las casas”, argumenta Enrique. “Aquí en Fuenteheridos está la calle de Tejares, que imagino que sería la que albergaba ese taller, que estaría dedicado a hacer las tejas”. Nos cuenta Enrique que las cocían en forma de tubos en los hornos, para después cortarlas por la mitad y sacar las tejas.
Este sevillano afincado en la sierra ha estudiado todas las técnicas de la alfarería, desde el torno a la cuerda seca o azulejos decorados.
Aunque no tiene relación familar con Fuenteheridos, Enrique ha venido a recuperar una tradición que estaba totalmente perdida, no solo en el pueblo, sino en casi toda la Sierra, ya que quedan muy pocos. Además, es una labor que no está respaldada por el ayuntamiento, con lo cual, un antiguo oficio perdido podría volver a desaparecer.
Hace desde trabajos de exquisitez, con materiales y pigmentos con oro, plata… hasta los más rudimentarios de la casa, como lebrillos, juegos de aceite y vinagre, incensarios, platos, botellas, alvarelos (jarras antiguas de farmacia)…
Enrique también ha vendido todos estos años en la misma plaza de Fuenteheridos, junto a Jesús en el mercadillo, pero ahora quiere montar una tienda en el mismo taller donde trabaja, en la calle Sola. El taller lo tiene abierto al público para todo aquel que quiera asomarse a este oficio que en la actualidad se encuentra en peligro de desaparecer.