Desde la noche de los tiempos, una parte importante no desdeñable de la obra literaria de muchos autores ha sido dejar un tiempo sus sesudas novelas y hacer, con mayor o menor éxito, una incursión en el mundo de los cuentos, de los relatos, de las historias o narraciones cortas, incluso cortísimas. Algunas son tan breves que por ello son famosas, a pesar de que constan sólo de siete palabras, pero tienen sentido completo y por ello la traigo a colación: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”, del maestro de escritores Augusto Monterroso, Premio Príncipe de Asturias de la Letras del año 2000.
Al respecto, contaba Juan Goytisolo, Premio Cervantes de las Letras Españolas (2014) que aprendió él árabe fluido asistiendo y oyendo durante muchos años a los corros de los “cuentacuentos orales” de la plaza Jemaa –el Fnaa de Marraquech, donde es una tradición milenaria oírlos embelesados por el pueblo marroquí, sepan leer o no.
Los cuentos, tanto orales como escritos, nacieron en la India, pasaron a Mesopotamia, nos los trajeron las caravanas y nos los enseñaron los árabes a los europeos con Las mil y una noches, y aquí, se hizo lo que se pudo en cuanto a crear los nuestros propios, bien es verdad que, lejana o cercanamente, los unos “inspirados sobre los otros” – como todo en literatura – destacando, por famosos: Pinocho, Caperucita, La Cenicienta, La Sirenita, Bola de sebo… y tantos otros que están en la mente de todos. Ello me permite presentarles, humildemente uno de los míos, que espero les guste.
Mi Bastón Preferido
Cerca de mi casa, cuando decidieron urbanizar un trozo de acera nueva, sembraron unos naranjitos en plantones de algo más de un metro, los que, por la desidia subsiguiente a toda iniciativa pública, dejaron de regar en verano con lo que su agonía en el siguiente estío, lenta pero inexorable, observada por mí día a día, a pesar de mis protestas, acabó secándolos.
Sus cuerpos, sin hojas que les dieran vida, acabaron convertidos en secos y huraños palitroques que arañaban el aire, clamaban al cielo y herían la vista de todos los que los veían con sus incipientes y retorcidas ramitas sin vida en clara protesta por el destino que se les había dado cuando sólo pedían agua y una mano amiga.
Pasaron unos años, y la misma mano que los sembró, trajo otros, arrancó y tiró a un lado los secos, dejándolos allí, ahondó el hoyo, cual triste premonición, y los volvió a sembrar, todo ello ante mi temor de que, indudablemente, seguirían la misma suerte que sus hermanos. El hombre tropieza dos y más veces en la misma piedra…
Ante la pena al verlos tirados, un día, mi alma piadosa, con cierto cuidado de no pincharme con sus muchas púas que, aunque secas, aún conservaban, me movió a recoger uno de ellos. Aquel esqueleto sin vida de naranjo bravío y amargo, tan amargo como tal vez había sido la corta vida que había tenido después de que lo sacaran de su vivero. ¡Dios sabe cuánto nos costarían a todos!
Vino a mis algo temerosas manos, no fuese a ser que, por culpar a los hombres que habían consentido su muerte por abandono, se vengase en mí clavándome alguna.
Como homenaje a su triste vida, me pareció bien hacerme una especie de cayado o bastón con su retorcido, delgado y agrietado cuerpo, así que lo libré de la corteza que aún tenía, seca y medio despegada, pulí sus muchos nudos, alisé un poco su retorcida forma para que fuese agradable al tacto de mis dedos, saneé sus extremos, lo “vestí” con tres capas de brillante barniz, y pasó a acompañarme, acariciado por mi mano derecha, en mis caminatas, como un fiel amigo, y tal vez el más resistente de los bastones que tengo. No en vano es madera de naranjo.
A veces he llegado a pensar que, si los vegetales tienen alma, espero que la suya se haya serenado con mi acción, y le guste su nuevo e imperecedero destino. Por todo lo que cuento es Mi Bastón Preferido.
Antonio Rojo Morales
Para contactar con el autor: info@infobubex.es