Enrique Gómez Labourdette, un intelectual en el recuerdo

Opinión
Facebook
X (Twitter)
Email
WhatsApp

Ácrata. Sencillo. Amigo de sus amigos. Independiente. Profundo y amante de la gente humilde, del campo, sencilla y pura cristalina. Humilde. Con estas pocas palabras se podría describir a un hombre docto, culto y con una gran sensibilidad y amante de la filosofía, las letras y la sabiduría popular.

“Los sabios están en los bares cutres”, solía comentar en broma, pero en serio. Le gustaba escuchar a la gente y despertar inquietudes; por defecto profesional –ya que fue profesor durante toda su vida en diferentes ciudades y también en Aracena- quería crear inquietudes en todos aquellos que lo conocían, porque siempre se puede aprender algo nuevo, disfrutaba que la gente aprendiera y transmitiera lo que pensara libremente “con sus palabras claras y distintas”, como solía comentar.

Nacido en Valencia llegó a Sevilla a muy temprana edad (su ciudad preferida junto a París). Enrique Gómez Labourdette (de abuelos maternos franceses) estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Pamplona, para luego regresar a tierras andaluzas. Al mismo tiempo que vivía en Sevilla, se daba alguna que otra vuelta por Galaroza para visitar a su amigo del alma, José Molero Cruz, y por la Sierra fue donde conoció a la que años más tarde sería su mujer, May Fernández Gómez. Ahí comenzó su amistad allá por los años 70.

Enrique era también una persona muy comprometida a todos los niveles, y siendo un intelectual no se pudo quedar fuera de la política en cierto momento; así, perteneció al Partido Comunista para luego seguir en las filas de Izquierda Unida. Después de varios años de amistad, se casó con May y en el año 85, coincidiendo con el nacimiento de su hija, se desplazaron a Granada por motivos de trabajo, era Inspector de Fianzas de las Junta de Andalucía.

En el año 92 la familia vuelve a Aracena, aunque Enrique seguía ejerciendo su profesión en Sevilla, así ya se establece poco a poco en la sierra.

Poco le interesaba lo terrenal, era una persona muy profunda que se preocupaba por asuntos trascendentales. Para Enrique no existía el yo o el tu, lo que le gustaba era el “nos”.

He querido reflejar en este texto el respeto y cariño que tenemos a nuestro amigo Enrique, que nos ha dejado recientemente. Gran amigo que siempre tenía una palabra agradable y de charla densa y entretenida. Siempre encontraba un momento para escuchar. Enrique siempre estará en el recuerdo porque no es sólo un nombre, es una forma de pensar, de vivir, es todo aquello que significa la templanza de un caballero, un ejemplo de persona íntegra. Sabemos que se puede estar de acuerdo o no con alguien, pero la integridad es una virtud que sólo algunos conocen. Así era nuestro amigo Enrique, que siempre estará en nuestros corazones.

Isidoro Cascajo de la Barrera-Caro

Últimas Noticias